La vida, pensaba Michel, debería ser algo sencillo; algo que se pudiera vivir como una colección de pequeños rituales, repetidos una y otra vez. Rituales que podían ser un poco tontos, pero en los que, sin embargo, se podía creer. Una vida sin riesgos ni dramas. Pero la vida humana no estaba organizada así. A veces salía, observando a los adolescentes y los edificios. Una cosa era cierta: ya nadie sabía vivir. Bueno, exageraba: algunas personas parecían movilizadas, arrastradas por una causa, sus vidas cargadas de sentido. Los activistas de Act Up, por ejemplo, consideraban importante mostrar en televisión ciertos anuncios, que otros consideraban pornográficos, que mostraban diversas prácticas homosexuales filmadas en primer plano. En términos más generales, sus vidas parecían agradables y activas, salpicadas de una gran variedad de acontecimientos. Tenían varias parejas y follaban en cuartos traseros. A veces los preservativos se rompían o explotaban. Luego morían de sida, pero sus muertes tenían un significado militante y digno. En términos más generales, la televisión, en particular TF1, ofrecía una lección permanente de dignidad. De adolescente, Michel creía que el sufrimiento daba a las personas una dignidad suplementaria. Ahora tiene que reconocer que se equivocaba. Lo que daba dignidad a la gente era la televisión.
Michel Houellebecq, Les Particules Élémentaires
Este verano pasado decidí refrescar un poco mi oxidadísimo francés leyendo algún librito en ese idioma. Y el elegido fue Les Particules Élémentaires de Michel Houellebecq. Un libro muy disfrutable que, sorprendentemente -por la claridad con que describe fenómenos que solo fueron muy evidentes tiempo después, al menos en España-, fue escrito en la década de 1990. Sensación ésta parecida a la que deja Brian Barry en Culture and Equality.
En este pasaje, una pequeña crítica a la influencia negativa de los medios de comunicación fijando agenda y relatos de su interés.