En el ciclismo siempre hubo dopaje, perseguido escasamente y a regañadientes; al menos desde que yo era pequeño. Había dopaje, pero había al menos una escenificación de que no era bienvenido, de que recurrir a drogas para aumentar el rendimiento competitivo era reprobable.
Eso cambió el año en que Armstrong ganó su primer Tour de France: un ciclista decente pero sin brillo ni regularidad padece una enfermedad grave y se repone, para a continuación ganar la competición más exigente del mundo. Que tuviera un papelito que le permitiese medicarse para evitar recaídas a nadie pareció importarle dentro de la organización de la carrera, ni de la UCI, ni de los profesionales de la información, ni a una mayoría de la afición.
El mencionado ciclista sin brillo llegó a ganar siete veces la competición más codiciada del ciclismo profesional, ésa que tiene fama de ser además la más dura, mientras deportista, organización, y federación insistían en que todo estaba conforme a la norma, que no había motivo para dudar de unas victorias obtenidas en justicia y buena lid gracias a un portento físico sin igual.
Tardaron más de una década en admitir el fraude, concentrados unos y otros más en no dañar «el negocio» que en defender los valores del deporte, por más que a muchos nos había sido evidente desde el primer día que Lance Armstrong iba hasta arriba. Y por supuesto no es el único, la lista es larga en esa carrera ni ese deporte.
Ahí está el por qué: pasó demasiado tiempo hasta la admisión de esa verdad y para cuando sucedió a muchos nos dio igual. Yo dejé de interesarme por el ciclismo (en tanto que «competición de masas») cuando este señor recibió los primeros honores, pues era algo abiertamente grotesco.
Soy aficionado a la bicicleta, que me encanta desde que tengo uso de razón y en la que salgo a dar pedales siempre que tengo ocasión. Pero el ciclismo, como competición de élite – al menos, quiero creer que hay mucho aficionado que compite a nivel local y regional por el único gusto de hacerlo – no merece la más mínima atención.
Disfruten de La vuelta, ustedes que quizá pueden, a mí hace mucho que esas competiciones no me dicen nada. El doping, por otra parte, tiene una faceta de I+D brutal tanto en síntesis de nuevos productos como en desarrollos de técnicas de detección (y enmascaramiento, para evitar la detección). Es una historia química-económica genial de la que quizá hablaremos otro día.