En 1993, Robin Dunbar público uno de esos artículos que años después son reverenciados y citados. Dunbar realizó un estudio que relacionaba el tamaño del cerebro con el de la red social máxima que podemos establecer en una relación en la que mostramos verdadero afecto y tenemos verdadero conocimiento de las personas que nos rodean. En la actualidad, el ser humano estaría preparado para mantener este tipo de relación en confianza y cercanía con unas 150 personas, es lo que conocemos como Número de Dunbar.
[Imagen: de la tierra gardening.]
El número de Dunbar está en todas partes, parece ser la regla que determina «la escala humana» de las cosas y algunos servicios web, como Path, parten de él como discurso sobre la confianza (lo cual hace de sus fiascos algo aún más irritante). Pese a lo atractivo del discurso, no es ninguna novedad que el estar online no modifica los límites del neocortex y que no siempre confiamos de la misma forma en las personas, de forma que en términos de confianza una relación no siempre tiene el mismo valor.
Ahora bien, si sólo pudiéramos confiar en 150 personas a las que conocemos perfectamente, ¿cómo se explica que vivamos tranquilamente en ciudades enormes, rodeados de personas a las que no hemos visto jamás pero de las que esperamos que no vayan a hacernos ningún mal?
Bruce Schneier en su último libro habla de proxies de confianza. Este rol lo desempeñan principalmente instituciones o marcas en las que confiamos. Si yo confío en McDonalds, entonces puedo no conocer a ninguno de los 20 trabajadores del McDonalds que encuentro en una ciudad a la que acabo de llegar, pero igualmente confío en que ahí puedo comer tranquilamente, que el trato será como lo espero y la comida también. Lo mismo con una pequeña empresa: si confío en la empresa, puedo no conocer a su nuevo empleado, pero me fiaré de ellos y de su proceso de selección, lo cual se trasladará a ese nuevo empleado. Y si no confío en ellos, ya pueden hacer piruetas y malabares, la confianza no aparecerá hacia nada que tenga su nombre.
La pregunta es: una pequeña empresa con 20 trabajadores, ¿ocupa uno o veinte de esos limitadísimos huecos de confianza que predice Dunbar? La confianza es instintivamente transitiva (por eso nos fiamos de personas cuando vienen recomendadas, por eso nos fiamos de los enlaces que nos pasan personas en las que confiamos para esa labor). Según lo anterior, estarían como poco a medio camino (posiblemente más cerca de ocupar uno que de ocupar veinte), ¿no estaríamos hablando, en ese caso, de proxies de Dunbar que permiten que escale la confianza por encima de los ciento cincuenta individuos de los que hablaba el bueno de Robin?
No sé si has puesto McDonalds de ejemplo por azar, en cualquier caso, me parece acertado. Intuyo que la confianza tiene que ver, entre otros, con la seguridad y con experiencias predecibles que reducen la incertidumbre. Es un campo donde para las marcas es relativamente fácil jugar y de ahí el éxito del modelo franquicia. De alguna manera disparan el instinto que dice «allí ya sé lo que va a pasar, no hay peligro, de modo que puedo confiar», ¿no?
Hablar de McDo es premeditado por cuanto es el paradigma de la franquicia, capaz de ofrecer un refugio (o puerto), seguro y fiable, ya conocido en el que uno puede desconectar un poco del cansancio del día porque sabe perfectamente lo que le espera. Y tiene gracia que ese harbor inglés (en safe harbor) sea equivalente al hafen alemán que es, a su vez, indudablemente cercano al haven –refugio– inglés, nuevamente :)
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Las instituciones son místicas en tanto que son algo más que sólo sus integrantes. Las personas que participan de ella las conforman y los acuerdos entre ellos devienen estatutos. La institución y los estatutos permanecen más allá de sus integrantes. Está justificado detener ciertas cosas para satisfacer las necesidades o lograr las metas de sus integrantes. Entonces su objetivo es empoderar a las personas que las conforman, su estaticidad les otorga permanencia y para los externos su imágen pública es criterio para otorgarles confianza.