Estos días los pasé más concentrado en preparar un nuevo proyecto que nos tiene a todos en Las Indias bastante ocupados. Es un proyecto ambicioso, pero no es ninguna sorpresa; parafraseando a Jack Nicholson y su visión sobre los «graves peligros» en Algunos hombres buenos, ¿los hay de algún otro tipo? Obviamente no: todos los proyectos persiguen un objetivo, ambicionan conseguirlo.
El problema es que hay todo un fondo cultural, que nos envuelve y en el que estamos inmersos, que equipara ambición con egoísmo, dando por hecho que lo que uno pretende ganar con un proyecto lo piensa ganar quitándoselo a otro, casi robándoselo. Entiende, esa visión de las cosas, el mundo, las relaciones humanas y los proyectos empresariales que mueven la economía como un juego de suma cero en el que si uno gana es que otro pierde.
Nada más lejos de la realidad. La vida no es un juego de suma cero y este nuevo proyecto no es una excepción. Más, si nos tiene ocupado y contentos es porque ambiciona crear varios puestos de trabajo bien remunerados y, si todo va bien, tener un cierto beneficio que permita al proyecto seguir creciendo y mejorando su situación y la del entorno. Y tanto para los implicados en el proyecto como para los no implicados a los que «ni les va ni les viene», el peor escenario posible es que el proyecto nunca llegue a lanzarse. Porque en todos los demás escenarios alguien mejora su vida, ya sea en lo económico o mediante la adquisición de autonomía e independencia.
Visto así, y con el foco situado en conseguir lanzar el proyecto y que éste tenga éxito, uno se da cuenta de que no le queda más remedio que ser generoso, exigir para los demás las condiciones que querrías para ti como única via de garantizar (más o menos, ya sabemos que ni siquiera eso) que los socios no pierden el interés, que las personas que trabajen en el proyecto no se sientan expoliados ni mal tratados. Al final, cuando uno persigue un proyecto y ambiociona su éxito no le queda más remedio que repartir, negociar, tirar cables y alcanzar consensos. Es la actitud opuesta al estereotipo del emprendedor egoísta que nos calca nuestro entorno y que, teniendo su correspondencia con ciertos personajes reales, no encaja necesariamente (ni de lejos) a todo el que promueve un proyecto empresarial de tipo alguno.