Estamos acostumbrados a pensar que ningún cambio social es realmente cambio. Que ninguna amenaza se materializa, que nada nos va a afectar a nosotros. Que el mundo siempre se ha estado desmoronando y nunca acabó por derrumbarse. Creo que hay mucho de la cocción de la rana en todo eso, pero podría ser sólo mi percepción.
Con esto en mente, leí ayer un post en Pseudópodo en el que reflexiona sobre los sistemas que, contraviniendo lo que solemos esperar, no muestran una respuesta proporcional y progresiva ante estímulos externos, sino que se mantienen apenas inmutados pese a la presión creciente que van recibiendo y, de repente, se hunden. El post termina con una cuestión que no es menor:
Es una idea inquietante: hay sistemas con discontinuidades catastróficas, y eso no se nota desde dentro. Si viviéramos en la torre, un segundo antes de que todo se hundiera estaríamos haciendo nuestra vida rutinaria. Justo como la hacemos ahora.
La pregunta que me surgió justo en al leer el post fue: ¿es posible no vivir en la torre? ¿los sistemas sociales y políticos son como esas funciones derivables que existen, son continúos y tienen un límite que vale lo que parece que va a valer en un momento dado o, por el contrario, son como ese Jenga en el que vas quitando piezas, se van descomponiendo sin que exista un cambio demasiado evidente para, un poco más adelante, derrumbarse de golpe?
Dicho de otra forma: ¿es posible que el fenómeno que hace posible que en Europa y EEUU se instaure una sociedad de control (y en otras partes del mundo, otros fenómenos igual de desagradables) se vuelva incontrolable alcanzado un cierto punto y el sistema se desmorone?
La verdad es que me da por pensar que sí: los sistemas sociales y políticos son catastróficos, se van rompiendo pero siguen renqueando y no acaban de morir. Digamos que son como esos motores de gasolina que siguen funcionando a trancas y barrancas aunque se les estropee una bujía, con tal de que un conductor avispado los lleve algo acelerados de ralentí. Pero si una nueva bujía comienza a fallar todo el motor se detendrá sin solución ni remedio.
Por eso nos encontramos que, a lo largo de los últimos siglos, procesos en el que muchos cambios se iban sucediendo sin apenas repercusión desembocaron sin que el poder lo previera en revoluciones que, en un periodo muy corto de tiempo y de forma a menudo traumática, cambiaron el panorama y el mapa social y cotidiano del entorno en que tenían lugar.
Parece factible pensar que un sistema en el que el Estado ha dejado de lado su papel cohesionador y se ha visto obligado a permitir la entrada de nuevos actores sea percibido como un sistema sano, pues grosso modo sigue respondiendo a ciertos estímulos (aunque de muy mala manera), se encuentre alarmantemente cerca del desastre, aún no siendo demasiado perceptible si uno no se detiene a observar. (Si bien no conozco a nadie de mi edad que me responda que sí, por ejemplo, cuando les pregunto si creen que el Estado les dará una pensión cuando se jubilen; y eso me parece suficiente percibir.)
Digamos pues que la evolución de un sistema social parece no ser derivable, ni siquiera continua. Nos faltaría saber si se trata de una discontinuidad evitable, y que todo cambie para que todo siga igual, de salto finito, con la que el aterrizaje sea doloroso pero el mundo como lo conocemos aún viva para contarlo, o de salto infinito, en la que el mundo como lo conocemos sufra una transformación de arriba a bajo.
Hagan sus apuestas, pero no olviden ninguno de los cambios que en los últimos tiempos se vienen observando.
Estimado Versus,
Oportuno y certero post.
Mi sensación es que estamos al borde de un salto infinito, que se va precipitando por momentos a pesar de la sensación de tranquilidad que nos intenta transmitir el sistema de promoción.
Creo que la sociedad de control es un hecho real, pero que será un argumento más para facilitar el cambio inevitable.
Saludos
Pues quizá sea así y ésa sea una manera positiva de mirarlo: ya que nos la imponen sí o sí, quizá sea consuelo pensar que sea una de esas cosas que faciliten el cambio que nos lleve de las naciones a las redes…
¡Saludos!