Una de las cosas más interesantes de lo que se dio en llamar «nuevo capitalismo» es la disipación de rentas: la globalización, el acceso masivo a nuevos mercados, multiplica la competencia, erosiona los monopolios y reduce la posibilidad de imponer sobreprecios al cliente final.
Dicho así, es todo maravilloso. Claro está, todo eso resulta ser una posibilidad; la realidad no tiene porqué ser así. Sobre todo si intentamos comerciar objetos físicos, que siguen sujetos a aranceles por todo el mundo, incluso dentro de bloques comerciales aliados.
No obstante, volviendo a los bits, y si miramos los últimos datos, la crisis parece estar impulsando ese nuevo capitalismo: en Francia el comercio electrónico crece un 19% este año, Amazon ve como sus ventas crecen un 50% (aunque los beneficios sean otra cosa).
Luego tenemos, la otra posibilidad: que en lugar de tener un único monopolio podamos elegir entre una serie de monopolios. No es un sin sentido: imaginen que puedan elegir su libro electrónico pero que, una vez comprado, sólo pudieran comprar nuevos libros en una única tienda. Oh, Wait! A todos los efectos, el cliente está igual de cautivo en un sistema así como lo estaba en el viejo capitalismo analógico… aunque su jaula ahora no tenga DVD físico.
Y ello no hará sino empeorar si la cultura de pago del móvil que ya ha llegado a Internet nos lleva a sustituir la web abierta, libre y distribuida, por canales de venta cerradas y ultracontrolados como la App Store (y sus clones), que amenazan con fragmentar definitivamente la web, y la gran competencia que en ella existe.
El auge del comercio electrónico puede ser una buena señal, el despegue de esa sociedad de las redes que tanto esperamos, pero podría ser un cambio estéril si para que todo cambie (átomos por bits) es necesario que todo quede igual (clientes cautivos).