En la última semana me ha pasado un par de veces que en una conversación he llegado a entender que tenía muy pocas posibilidades de alcanzar un acuerdo con mi interlocutor.
En ambos casos una conversación que hasta ese momento pudo ser interesante se tornó agotadora, casi desesperante, en el instante en que quedó de manifiesto el gran punto de fractura existente con esas personas, ubicadas de forma más o menos general en la intelectualidad de izquierdas.
Una fractura inevitable, consecuencia de tener concepciones diferentes del mundo. Y es que, mientras esta intelectualidad sigue manteniendo una respuesta decimonónica basada en comunidades imaginadas (como la clase obrera, tan imaginada que ni siquiera el target, esa pretendida clase obrera, se siente ni se piensa en esos términos) que culmina en un afán universalista bastante naïve, al otro lado de la mesa tenemos claro que la mirada desde lo pequeño, mucho más tangible, es lo único que nos va a permitir desarrollarnos en libertad en un mundo que no podemos seguir viendo como un juego se suma cero entre entidades que no nos representan.
Los contextos fueron muy diferentes pero no deja de existir un cierto paralelismo: las dos veces intentar salir del tema-atolladero fue muy complicado, como si una vez te habían desenmascarado fuera inconcebible dejarte retirarte del tema. Ni un capotazo a tiempo ni dejar de mostrar interés de forma manifiesta por un tema resultó suficiente. Además, me llamaron, por primera vez en mi vida, neocon (que ya manda webs, se ve que no se me oía nada de lo poco que hablaba). No me quedó claro si fue una maldad tierna con una sonrisa o un ad hominem a destiempo. Lo único que sé es que lo recibí con un simple encojimiento de hombros porque ya llevaba un buen rato haciendo sanitize() a todo lo que oía. Qué le vamos a hacer, es la intelectualidad que nos toca sufrir. Cuando todo les vaya mal, seguirán echando la culpa a quién sabe qué illuminati, sin pensar que quizá, sólo quizá, debían haberse preparado mejor.
Sesgo de disconformidad: «Tendencia a realizar un crítico escrutinio de la información cuando contradice sus principales creencias y aceptar sin criterio aquella información que es congruente con sus principales creencias.»
http://es.wikipedia.org/wiki/Lista_de_prejuicios_cognitivos
Vamos, que cuando se discute con alguien sobre algo que contradice sus principales creencias nunca se llega a ninguna parte.
Aunque me gustaría creer que yo no soy así… (prejuicio de punto ciego)
Creo que este tipo de cosas es algo que se debería enseñar en la escuela. Seguramente nos entenderíamos mejor a nosotros mismos y a los demás
También hay personas (que por otra parte pueden ser muy buena gente) que hablando de ciertos temas si no se está de acuerdo con ellos parece que interpretan que estás totalmente en contra, en el extremo opuesto.
Para ellos no hay puntos intermedios.
Puedes numerarles una serie de hechos a los que no se puedan oponer, que desmientan sus creencias y tengan que aceptar que son válidos, sin embargo jamás modifican su parecer.
En estos momentos estoy pensando en cierta discusión en la que me llamaron fascista. Me quedé totalmente alucinado porque parecía que lo decía en serio :O
Simplemente por no estar de acuerdo… :S
En estos casos mejor dejar el tema. No merece la pena el poder llegar a enfadarse con un amigo.
… sí que hay un grupo de gente que no tenemos salarios estables ni decentes, no tenemos influencia política, porque la política tiene cada ves menos influencia…
la lucha de clases sigue ahí, soterrada, invisible pero más real que nunca: sicav, abaratamiento del empleo, stock options, sindicatos denigrados, nula participación de los trabajadores en las decisiones de producción….
vale, ya no tenemos hoz ni martillo, pero por eso no me creo que botín sea de mi misma clase.
Botín no es de tu misma clase, y es de esos que si puede hará capitalismo de amiguetes, sin mercado real, sin competencia real.
¿Aún hay clases? Sí, pero la lucha por la superación, la lucha por hacerse una vida no pasa por apoyarse en unos sindicatos dirigidos por gente que no está de parte de esa pretendida clase obrera (por todos los dioses, la huelga de ayer fue un insulto: 4 meses después de una reforma que los mismos sindicatos firmaron; la huelga de ayer fue un insulto POR PARTE DE LOS SINDICATOS; y el gobierno va a tocar a los liberados sindicales y la patronal sale en defensa «no me toques a mis sindicatos, que así son bien dóciles»). El poder del Estado, el poder económico y el poder social están del mismo bando y, sorpresa, no es el tuyo (ni el mío). ¿Sabes cómo llamaba Mussolini a la unión de sindicatos, poder económico y poder político? Lo llamaba corporativismo. ¿Sabes como llamaba el resto del mundo a Mussolini? Fascista. Saquemos conclusiones.
Está claro que aún hay diferencias, es obvio, pero la superación de esas diferencias o, mejor dicho, la herramienta que hará posible a «los de abajo» llevar una vida más digna y holgada no pasa por unas instituciones decimonónicas controladas por «los de arriba» y pensadas para el totalitarismo de un grupo selecto… el Estado no fue otra cosa desde Richelieu a Franco. Y en España, donde apenas hubo unos años de democracia en toda la historia, debería ser un concepto hiperclaro.