¿Qué sabemos acerca de cómo las civilizaciones antiguas se veían a si mismas? ¿Cómo veían no ya el origen del universo, sino el nacimiento de su propia civilización, su propio mundo? El bosque originario, de Jon Juaristi, que leí recientemente arroja bastante luz sobre estas cuestiones.
En este libro, Juaristi disecciona (más bien destripa) los mitos de origen de diferentes civilizaciones y pueblos europeos desde los griegos a la actualidad. Si algo queda claro a lo largo de las casi trescientas páginas del libro es que todos estos mitos de origen con carácter genealógico tienen en común muchas más cosas de las que podrían parecer a simple vista.
Comparten no sólo las excusas utilizados para arrogarse derechos o importancia, sino trucos para otorgar una supuesta validez a estos mitos y recursos psicológicos que ayudan a darle credibilidad.
Las principales características serían:
- Apelación a la autoctonía original.
- En mitos post-cristianos, origen bíblico de los pueblos.
- Alusión a escalas humanas en el origen.
Cada uno de estos principios tiene una finalidad. Démosles un repaso breve.
Apelación a la autoctonía original
Con autoctonía original nos referimos al hecho de que un pueblo ya estaba allí al principio. No emigraron desde otro sitio, no fueron de otro lugar. Siempre fueron de allí. Es lo que se esconde tras la fundación de las ciudades griegas por según qué semidioses, o tras el amamantamiento de Rómulo y Remo por la loba en los bosques a las afueras de la actual Roma.
Lo que se persigue con esto es arrogarse un mayor derecho: al fin y al cabo, estábamos aquí desde el principio y no como esos sucios emigrantes recién llegados.
Origen bíblico
A las constantes alusiones autóctonas, se une con el comienzo de la era cristiana la aspiración de origen bíblico de los pueblos. Así, los Caldeos o Arameos se convierten paulatinamente en el destino de todas las genealogías, en el impreciso punto de origen que, en la figura de Noé –patriarca de los únicos supervivientes al holocausto divino que habría de destruir el mundo para reconstruirlo de nuevo– centraliza todas las historias.
El fin de pretenderse a si mismos un origen bíblico es más que evidente: proclamar, acto seguido, que «somos el pueblo elegido por dios» para gobernar a todos los demás. En concreto, y como la genealogía bíblica se construía para un determinado linaje, esa elección divina recaía sobre una familia convertida, por la gracia de dios, en reyes absolutistas. Por sorprendente que parezca, este origen bíblico fue reclamado incluso por mitos post-absolutistas, como ciertas versiones del mito ario, en la cual se mezclaban el racismo subyacente a todo mito de autoctonía con raíces cristianas profundas que requerían, a toda prisa, una fusión de ambas historias.
La escala humana
De todos los trucos utilizados por estos mitos, la constante alusión genealógica a escalas humanas es mi preferido, porque demuestra que ciertos conocimientos de cómo el cerebro es capaz o incapaz de procesar la información son realmente antiguos: tan antiguos como estos mitos de origen.
Normalmente, esta escala humana se traduce en que el fundador de una ciudad, o el padre de un pueblo tiene siempre un parentesco con un héroe mayor (en ocasiones un dios o un semidios) que se reduce a, como máximo, un par de generaciones. Así, si los romanos se hacían vincular a un descendiente directo de Eneas (nieto a su vez del mismísimo Júpiter, todos los pueblos post-cristianos dirán provenir de uno u otro descendiente de Noé, típicamente un hijo o un nieto.
Conscientes de que el cerebro es incapaz de procesar información si ésta excede la escala humana, los creadores de mitos tuvieron mucho cuidado a la hora de construir los de creación de sus respectivos pueblos, no fueran a confundírseles los súbditos.
Un caso práctico
Como más de uno estará pensando que los mitos son cosa del pasado, y que actualmente vivimos sin mitos, analicemos un breve ejemplo.
Siempre me ha resultado bastante llamativo que, a menudo, las mismas personas que manifiestan el carácter nocivo de símbolos y mitos y lo necesario de vivir en un mundo en el que no existan ni unos ni otros, no tengan dudas ni fisuras en hablar de reconquista.
Desde el nombre (reconquista, con aspiraciones autóctonas) al forzadísimo nexo de los godos con Noé (origen divino) pasando por la escala humana (el nexo con el personaje bíblico se hará a partir de un nieto).
Todo en la historia tejido minuciosamente para arrogarse el derecho de imperar sobre los demás pueblos. En concreto, para que un linaje concreto (que serían los originarios descendientes de Noé) pueda tener poderes absolutistas.
Resumen
Podemos seguir creyendo que los mitos genealógicos de origen son cosa del pasado. Recurrir a cierta metonimia nacionalista para afirmar que «España conquistó América», aunque no hubiera españoles, aunque la conquista la hicieran una suerte de Empresas militares privadas de su tiempo que, actuando como ejercito bajo demanda, había acordado dar una parte del botín a los reyes de Castilla y Aragón. Por no hablar de la «guerra de independencia». Parece que uno cree vivir en un mundo sin mitos y, cuando menos se lo espera, acaba creyendo en sinsentidos como que la nación castellana existía en el imaginario popular del s. XI.
Los mitos de origen bajo los que se amparan los nacionalismos constituyen una completa sarta de peligrosas idioteces con tintes racistas y xenófobos que nacen de un despropósito al que responderemos en breve, en otro post.
¡Genial!
¡gracias!
Hombre, Juaristi no es el coco por una vez :) Pero esto es muy oportuno porque señala el problema de las mitologías: cuando pasa el tiempo, su naturaleza de relato aceptado o útil se disuelve. Es creado para movilizar voluntades. Requiere habilidad, requiere del poder. Y creo que nadie está a salvo. Ni las «comunidades reales». Pero es alimento humano – concedido – lo que no quiere decir que no esté siempre bajo sospecha. A veces autoengañarse es útil, al poco tiempo puede ser una pesadilla. Aunque sepa donde vives.
Este libro es muy interesante, lo único que podría criticar a Juaristi es que, tras contar todo lo que cuenta, no sea capaz de dejar atrás una cierta visión del mundo en la que únicamente hay conjuntos de estados-nación. Por lo demás, es un libro que -salvando un capítulo central algo tostón, precisamente el que habla de los godos y toda esa pesca- se lee bastante, bastante bien. De verdad muy interesante y sugerente :)
Creo que el proceso que evita ese enquistamiento es precisamente el estar dispuestos a fundir y refundir una y otra vez las cosas: mestizaje también en historias y símbolos. Y nada de conservar el viejo mito porque tenga valor sentimental, igual en un momento dado, con esas mimbres se puede hacer otra cosa que aporte más.