[Foto: Fondaco dei Tedeschi, Venecia.]
Para crear un mundo mejor, primero hay que ser capaz de soñar con él. Si aspiramos a vivir en un mundo en el que cada vez más personas hagan parte de una revolución en la que toman las riendas de su propia vida, no podemos limitarnos a apoyar una categoría más o menos imaginada de emprendimientos, sobre todo porque esa categoría («emprendimientos dinámicos», o «emprendimientos de alta tasa de crecimiento») fue inventada con el único fin de proyectar a través de ella la ambición y el ego de una comunidad imaginada (típicamente nacional), que aspira a verse reflejada en el reconocimiento de otra comunidad imaginada.
Es la biopolítica del emprendimiento. No importa el impacto real, importa la estadística. Y si para conseguir la mayor tasa promedio de facturación y la mayor tasa promedio de creacíon de empleo por proyecto apoyado debemos acotar el margen hasta el límite de reducir a cero el impacto social, lo acotamos. Porque lo que importa, a partir de cierto momento, es la cifra. «Facturamos 40 millones de dólares con sólo 6 proyectos apoyados». «Nuestros proyectos crean 50 empleos de media». Pura biopolítica, con todos los recelos que debe generarnos.
Y debe generarnos recelo porque el quién queda implícito en los planes de apoyo públicos, víctimas de la visión que necesariamente el Estado tiene de si mismo. Y el implícito es una comunidad imaginada que usurpa mérito y respetos debidos a una serie de personas que son las que emprenden y se estremecen con el tintineo de cuanto cascabel se agita profundo en el pecho. La misma comunidad imaginada que alienta el apoyo del «emprendimiento social», viendo el mundo tras sus gafas de sol como si la creación de bienestar fuera un juego de suma cero, como si sólo poseyeran valor social aquellos que trabajan alienados apoyando a una comunidad imaginada por el Estado y, por tanto, haciendo de correa de transmisión de la visión última de éste sobre cómo las personas y el mundo deben ordenarse bajo su gestión. El estado no puede crear un mundo mejor que el que ya nos dio porque es incapaz de soñarlo.
Por último tenemos la geometría básica. Construir la catedral más alta del mundo es más efectista, da más luz y es más llamativo. Construir la catedral más alta del mundo puede ser bonito, pero quizá resguardamos a más personas del frío si, con el mismo esfuerzo, creamos un edificio más modesto pero más sólido, capaz de albergar a cualquiera que quiera batirse el cobre cada día, por los suyos. Pero claro, aquí se nos estropea la deslumbrante palabrería estadística, se nos desmoronan las comunidades imaginadas al ritmo de la samba que baila el pueblo, se muere la biopolítica del emprendimiento para dar paso, sencillamente, a la vida.
Gran post fra!
¡Estamos aprendiendo mucho!