Estos días releí La ética del hacker de Pekka Himanen. Es curiosa la perspectiva con la que contemplo ahora ese ensayo. No recuerdo con demasiado detalle lo que iba pensando cuando leí el libro la primera vez hará ya cosa de seis años, pero sí recuerdo cuál era la idea general: un texto con muchas ideas interesantes, muy aspiracional pero seguramente no muy traducible al mundo real, o no al que entonces era mi mundo real (el mundo real de un estudiante de químicas). Las sensaciones que deja esta relectura son bastante diferentes. Visto desde la perspectiva de 2009, el ensayo no deja de ser un ensayo filosófico que pretende responder a preguntas fundamentales (¿cómo podemos lograr ser más felices llevando una vida completa?) y contiene un conjunto de ideas que pueden y, quizá, deben verse trasladadas a nuestra vida diaria.
La ética hacker propuesta por Himanen tiene muchos aspectos en común con la ética protestante habitual (incluso en países de ascendencia católica) en nuestros días, pero tiene dos diferencias mayores. La primera es que la ética hacker comprende las implicaciones últimas de la lógica de la abundancia que hace posible la red y que se hace posible en la red. La otra tiene que ver con la forma con la que relacionamos vida y trabajo.
Mientras habitualmente se tiene una perspectiva trabajocéntrica de la vida (hasta los descansos no son descansos sino ocasiones para «desconectar» y rendir mejor en el trabajo que seguirá al descanso) en la que, a pesar de todo, el trabajo es a menudo una simple penitencia previa (y opuesta) al disfrute de la vida, la nueva ética propuesta por Himanen pretende enlazar ambas cosas. ¿Cómo piensa lograrlo? Claramente, la única forma de lograrlo es trabajando en algo que verdaderamente te haga feliz: cualquier otra posibilidad finaliza con un deseo creciente de pasar las horas de aburrido trabajo cuanto antes para llegar al premio, que será el tiempo libre de después.
Como ni aún bajo la perspectiva de la ética hacker la vida se reduce únicamente a una actividad profesional, la cuestión se reduce a una pregunta mayor y otra, también importante, de menor rango. Pregunta 1. ¿Ir a trabajar cada mañana te hace feliz? ¿es para tí un incentivo en sí mismo o es la penitencia que debes pasar para pagar las facturas a final de mes? Pregunta 2. ¿El fruto de tu actividad es bueno para tu entorno?
Si la respuesta a la Pregunta 1 es «penitencia», quizá te interese cambiar tu actividad principal hasta que encuentres una actividad que te haga responder «soy feliz haciendo lo que hago». No es más difícil que eso. La respuesta a la Pregunta 2 va a servir para matizar la respuesta (afirmativa o negativa) a la Pregunta 1, marcando lo bien o mal que tu actividad se va a llevar con la gente que te rodea. A menudo, podrías tener un trabajo que sin representar el óptimo de satisfacción, sirva para mejorar la situación de la gente que te rodea y que, si no por ti puede que por tu entorno, te interese realizar.
¿Fácil, verdad? Todos convendremos que en algún momento de nuestras vidas quisimos «de mayor dedicarnos a tal, o a cual». La mayoría, sin embargo, ha terminado dedicándose a cualquier cosa que le permita pagar facturas, llevando a cabo tareas insatisfactorias de 9 a 6 (o más, o más) y pensando, cada vez que alguien le dice «cambia de trabajo a algo que te guste más», que su interlocutor es un idealista irrendento que no sabe ni dónde tiene la cara.
Y sin embargo, a mí lejos de parecerme descabellado, me parece la única opción (¿tener una única opción no equivale a no tener opción?). Cuando la gente me pregunta «¿por qué no te sacas unas oposiciones?» siempre suelo responder lo mismo: «¿para qué? para luchar intensamente contra el deseo de cortarme las venas que me embargará cada día de 9 a 5?». Me parece que dedicar la mayor parte del día a labores que no me divierten y no me enriquecen (no hablo de dinero, claro) es un error que no deberíamos cometer: el error de pasar la vida esperando vivirla en el futuro, más adelante. El error de olvidar que vida sólo tenemos una y que hay que llevarla de forma que valga la pena vivirla. Así pues, a efectos prácticos la opción de intentar dedicarse a algo que nos haga felices más que puro idealismo, debe ser considerada idealismo realista.
En este sentido, resulta paradójico que durante todo el ensayo se critique la visión trabajo-centrista de la vida dominante actualmente y que, por toda solución para lograr disfrutar al máximo de la vida, Himanen proponga fundir trabajo y vida. La respuesta que Himanen da es que al no suponer una carga, esa labor no es realmente considerada trabajo, aunque bien pueda representar el modo en que una persona se gane la vida. Es por ello que Himanen propone esa nueva visión: cuando las tareas diarias te divierten y te hacen feliz, no tiene sentido marcar esa línea entre «lo que haces para ganarte la vida» (trabajo) y «mi vida real» (ocio). Al final, queda claro que la crítica no es al trabajo en sí, sino propiamente al hecho de trabajar en algo que ni nos incentiva ni nos compensa intelectualmente. Eso resuelve la paradoja: si la crítica no es al trabajo en sí, no es incompatible que para la plena consecución de los objetivos (conseguir salir adelante económicamente siendo feliz) haga falta fusionar vida y trabajo.
De esta forma, uno quizá pueda acabar dedicando más horas a esa tarea auto-escogida que las que emplearía en un trabajo cualquiera, pero muy posiblemente lo hará por propia decisión pues no le suponga una carga, puesto que la realización misma de la tarea le suponga una fuente de entretenimiento o satisfacción. Y muy posiblemente si un día prefiere hacer otra cosa lo podrá hacer sin que nadie le recrimine no estar a las nueve de la mañana sentado en su cubículo.
En lo personal, y tras haberme dedicado a la investigación científica incluso antes de terminar la carrera podría hablar sobre las conclusiones generales y particulares que me llevo de ese mundo académico, al que se supone un gran espíritu hacker que debería ser el impulso que moviera a los investigadores. En lo general, el mundo académico está asombrosamente lejos de los ideales hacker que se le presuponen (salvo contadas excepciones) y no hace fácil el trabajo para aquellos que sí se mueven por esos ideales. En lo particular, ver la investigación como una constante carrera en pos de la consecución de una plaza funcionarial no me satisfacía en absoluto.
Teniendo asumido que necesito un cambio de enfoque para conseguir hacer de mi vida algo que merezca la pena, es curioso (o quizá no) que la relectura de este ensayo justo ahora sirva para confirmar las ideas que durante meses se han ido gestando en mi cabeza. Tras leer este ensayo quizá no sepa a dónde me llevará el futuro, pero probablemente sí sepa dónde no voy a querer volver. Puro realismo idealista, para terminar de retorcer el juego de palabras al que he venido jugando durante el post, mientras confundo esos dos conceptos que habitualmente nos pintan tan alejados.
Es curioso porque mucha de la gente que escribe para hacer el itineario o que nos pregunta en conferencias, venga al caso o no, sobre cómo funcionan las Indias, parte del lugar donde cuentas que estabas cuando leiste este libro por primera vez.
Creo que hace parte de los prejuicios que imparte el «adiestramiento» laboral que al final es la Universidad en muchos países. Al fin se trata de enseñar burocraticamente a trabajar burocraticamente y vivir dentro de un orden burocrático donde todo lo más se critican los fallos de «eficiencia» no las motivaciones ni los presupuestos…
Y es cierto que la experiencia laboral o la de guardián de guardería que es quedarse dando clases en la uni, de repente te plantean las cosas de otro modo… aunque siempre bajo esa losa del tiempo, del «mierda que voy a hacer treinta», del «los amigos se casaron e hipotecaron»… que a las finales mantiene en parálisis lo único que importa: construir, vivir, aprender.
No se cuestiona nada relativo ni a motivación ni a lo tomado por supuesto, y aquel que plantee un debate en estos términos choca contra la muralla de la negación. La negación del que no se paró a pensar si la motivación o los supuestos contenían hipótesis falsas. Serás tanto más oído cuanto más trufes tu petición de otras cuestiones, o lo que es lo mismo: se te demuestra por los hechos (atención prestada) que lo que consigue una respuesta de arriba es plantear preguntas relativas a la calidad y cantidad de los resultados, y no a porqué esa calidad o cantidad podría ser el doble si las cosas se hacen de otra forma.
Al final, está claro, el sistema produce lo que necesita: guardianes de guardería para niños de 25 años a los que dar todo mascado porque «no saben», aunque la realidad es que jamás han permitido que esos niños hagan las cosas a su ritmo porque permitir eso dejaría en evidencia que el sistema se cae sólo si el aporte de peones abnegados se rompe.
Vecinoooooo,
cuánto tiempo…
Me viene a la memoria un viejo cuento sufí:
Había un mendigo pidiendo a las puertas de una ciudad. Un mercader que lo vio le dio dos monedas de cobre.
Ese mismo día los dos se volvieron a encontrar dentro de las murallas de la cuidad y el mercader le preguntó en qué había gastado las dos monedas. El mendigo le contestó que con una había comprado pan, para tener de qué vivir y con la otra había comprado una rosa, para tener por qué vivir.
El realismo idealista viene de muy atrás y me apunto sin duda.
Besos de año nuevo, Mari Luz.
O como decían por ahí: no es «ora y labora», sino «ora y labora y celebra». Nos robaron la última parte, tan empeñados como estaban en sus crucifixiones y en el sufrimiento.
¡Un abrazo, Mariluz!
Qué bien escrito!. No se puede decir nada más. La reflexión me es familiar y la forma, redonda.
Gracias
Muchas gracias a ti, Odilas, por el halago :)
Honestamente, al ensayo de Himanen le veo tantos gaps como páginas tiene. Un ejemplo tonto sobre la concepción «trabajocéntrica» de la sociedad actual y la afirmación de que hasta el ocio ha de ser «productivo»: vacaciones resultonas, aprender algo nuevo, los niños a karate, inglés y piano tras la escuela, etc etc. Te juro que estoy rodeada de protestantes por todos lados y en sus ratos libres lo único que veo es como poco escapismo y en muchos casos hedonismo puro y duro: evasión a tope, consumo de estupefacientes legales o ilegales nada más el reloj toca las 17h, desmadre total entre los jóvenes; catatonia ante la pantalla tonta entre los no tan jóvenes (el día que no van al pub, claro). A veces Pekka habla de sí mismo y de lo que conoce en su entorno directo, pero le da tintes de generalidad.
Así que estoy muy de acuerdo en tu destilado del ensayo… ¿estás contento con lo que haces todos los días durante la mayor parte de las horas en que estás despierto? ¿no?… pues reacciona en consecuencia.
Está claro que las cosas no son blancas o negras: yo estuve en Alemania y en Suiza y conocí de todo: gente que ansiaba salir para buscar una cerveza, gente que no era capaz de descansar en ningún momento. Por cierto, algunos de los que no eran capaces de descansar y dejar de pensar en ciencia en ningún momento estaban ansiosos de salir a por una cerveza. Sí, conocí algún que otro hacker, en el sentido de «enamorado de lo suyo». Y luego en Málaga también he conocido auténticos yonkis del trabajo que ni siquiera tienen ese espíritu hacker (quizá lo tuvieron y lo perdieron, no puedo saberlo).
De todas formas, a mí me queda esa reflexión que tú señalas: si no te gusta lo que haces cada día, intenta ver si haciendo otra cosa que sí te guste realmente eres capaz de sobrevivir. No hay otra vida en la que intentarlo, es ahora o mañana (pero mañana será un poco más tarde).
¡Un abrazo!
… o de los mejores que recuerdo.
Yo leí el libro hace años y no sabría pronunciarme porque no lo tengo fresco. Sé que habla mucho de Max Weber. En realidad, actualiza su pensamiento a nuestra época.
Lo del mundo académico (enseñar rutinas, más que enseñar algo «ilusionante») es una triste realidad.
En cuanto a lo que se ha dicho del «escapismo» y el hedonismo puro… precisamente se hace por eso, creo yo, como única fuga posible a un mundo completamente obsesionado por la productividad. Creería que la gente no es trabajocéntrica si el hedonismo fuera «virtuoso», inocuo, jovial. Sin embargo, el hedonismo de nuestros días, en mi opinión, es autodestructivo, autolesivo, rozando lo irracional y como consecuencia de una desmotivación absoluta en la vida real.
Si alguien ha «viajado» (me refiero a los viajes de Escohotado), sabrá que eso da infinitamente mucho más placer que el terror a enfrentarse a una sociedad que encumbra la juventud pero aplasta a los fracasados.
¿Se puede trabajar y gozar al mismo tiempo? Creo que sí, pero sólo algunos. Universalizar eso me parece una utopía.
En cualquier caso, este tema creo que tiene relación con el artículo de BOB BLACK, La abolición del trabajo. Os paso el link por si interesa:
Saludos.
Feliz 2010 y gracias otra vez por este gran post.
¡Gracias, una vez más! Este post estuvo apunto de quedarse en la nevera porque yo no acababa de verlo claro. Al final pensé que el post tenía más puntos buenos que sombras, y decidí que era bueno sacarlo a escrutinio público y que me llegaran aportes…
… parece que no fue mala idea :)
Yo también estoy convencido de que se puede trabajar y gozar al mismo tiempo, y de que no todos (ni por asomo) lo lograrán. Aunque creo que lo lograría más gente si nos hubieran enseñado a poner más pasión en las cosas que hacemos (y a no rendirnos hasta poder ganarnos con ello la vida). En todo caso, como siempre, lo importante es que el sistema te permita elegir: que por hacer las cosas a tu ritmo no te vean, de repente, como un paria o un asocial. Posiblemente es todo lo contrario.
Y no conocía el texto de Bob Black, le voy a echar un ojo. Me guardo el enlace para dentro de un rato.
¡Un abrazo de nuevo, y mejor 2010 para ti!
Después de leer esta entrada y el artículo de Bob Black me he acordado de este vídeo que vi hace un tiempo.
Es cierto, lo que propone Himanen es tan simple como plantearse si lo que haces te hace feliz y si hace bien a tu entorno. Creo que los poderes fácticos se han apoyado durante mucho tiempo en la expectativa de una vida eterna ofrecida por la religión para justificar una vida de penitencia (a su servicio, claro), y a menor escala temporal la mortificación en el trabajo para disfrutar de un tiempo libre mejor es más de lo mismo.
Al romper la dualidad, Himanen nos recuerda que somos igual de dignos y nuestro tiempo vale tanto si estamos trabajando como si no, por lo que no tiene sentido aceptar el recorte en nuestra dignidad que supone el trabajo. A veces me dicen que soy demasiado exigente en lo que busco de un trabajo. ¿Por qué debería serlo menos? ¿Es que nuestra dignidad sólo vale a ratos?
Muy buen post, Versvs. (Por cierto, el ensayo de Bob Black me parece un complemento perfecto al libro de Himanen.)